martes, 11 de mayo de 2010

Gianfranco Pasquino

Leyendo ‘El príncipe’
c Gianfranco Pasquino
(Traducción de Mariano Aguas)
La primera noticia cierta que tenemos sobre la composición de un opúsculo
titulado De principatibus la recibimos del mismo Maquiavelo. La misma
es comunicada al amigo e interlocutor epistolar Francesco Véttori, en
aquel momento embajador de los Medici ante la Santa Sede, con el cual mantiene
una nutrida y afectuosa correspondencia. En la carta, escrita el 10 de diciembre
de 1513, Maquiavelo sintetiza el contenido de su opúsculo con estas palabras:
en el De principatibus “... me sumerjo (adentro) cuanto puedo en las posibles co -
gitazioni de este sujeto, discutiendo qué cosa es el principado, de qué especie son,
cómo se adquieren, cómo se mantienen, por qué se pierden...”. El texto ha llegado,
agrega Maquiavelo, a los últimos retoques “... a pesar de que siempre lo engroso
y podo [refino]...”.
Sólo unos pocos meses antes, en abril de aquel año, ciertamente preso de una
de las depresiones que la política inevitablemente causa a quien la practica con
pasión y sentido cívico y a quien reflexiona sobre ella con lucidez y empeño intelectual,
Maquiavelo había escrito una carta anticipatoria al mismo Vettori: “...
Y si bien yo esté obligado a no pensar más ni a razonar sobre cosas de estado, como
lo prueba mi retiro y el haber huido de toda conversación (...) por cierto, para
responder a vuestras preguntas, estoy forzado a romper cada voto de silencio...”.
Un año y medio después, el 3 de agosto de 1514, afortunadamente con El
Príncipe ya terminado, cuando escribe a Vettori sobre su enamoramiento, anuncia
su rechazo definitivo a la política con estas palabras: “... He dejado los pensamientos
sobre las cosas grandes y graves; no me deleita más leer las cosas an-
155
Fortuna y virtud en la república democrática
tiguas ni razonar las modernas (...) yo jamás he hallado en ellas [en las tareas de
estado] sino daño, y en éstas [del corazón] siempre bien y placer...”.
Después de 14 años, de 1498 a 1512, pasados muy activa e intensamente, con
gran satisfacción personal, al servicio de la República Fiorentina como secretario
de la cancillería y luego también como secretario de los Dieci di Libertà e Balia,
organismo ejecutivo para los asuntos exteriores y militares (poco menos y poco
más que un ministro de relaciones exteriores), Maquiavelo no sólo ha perdido el
puesto. Ha sido arrojado en prisión y torturado. Liberado, a los 44 años está desocupado
y con una situación económica declinante. Durante el día se atarea, olvida
de los disgustos y alguna vez se divierte. Parece vivir, casi anticipadamente,
la vida de los hombres (y presumiblemente de las mujeres) liberados/as de la
opresión de clase en la idílica visión que dará Karl Marx tres siglos más tarde.
En esa famosa carta cuenta que por la mañana va dos horas a un bosque con
los leñadores; luego a una fuente; luego a una pajarera de su propiedad donde se
da a la lectura, Dante o Petrarca, o bien “... poetas menores, como Tibulo, Ovidio
y similares: leo aquellas amorosas pasiones suyas y aquellos amores suyos, recuérdome
los míos, gozo un poco en este pensamiento...”. Luego va a la taberna,
donde “... hablo con aquellos que pasan, pregunto sobre las nuevas de sus países,
comprendo varias cosas y noto varios gustos y diversas fantasías de los hombres...”.
Llegada la hora de comer lo pasa con su brigada.
Retorna luego a la taberna y se encanalla, como escribe él mismo, con el tabernero,
con un carnicero, con un molinero, con dos panaderos: “... así revuelto
entre estos piojosos saco el cerebro de moho y desahogo la malignidad de esta
suerte mía, estando contento que me pisotee de este modo, para ver si la misma
se avergüenza...”. Y finalmente llega el anochecer. A propósito, es mejor que ceda
la palabra directamente a “maese Niccolò”:
“Al anochecer retorno a casa y entro en mi escritorio; y en su umbral me desvisto
de los ropajes cotidianos, llenos de fango y de lodo, y me visto con ropas
reales y curiales; y vestido decentemente entro en las antiguas cortes de
los hombres antiguos donde, recibido amablemente por ellos, me nutro de
aquel alimento, que sólo es el mío, y para el que yo nací; donde no me avergüenzo
de hablar con ellos y preguntarles sobre las razones de sus acciones:
y ellos por su humanidad me responden; y por cuatro horas de tiempo no
siento aburrimiento alguno, olvido toda fatiga, no temo la pobreza, no me
asombra la muerte: me transfiero en un todo hacia ellos...”.
Es siempre la carta a Francesco Vettori que concluye con un pedido atenazante
y con un deseo urgente que se fundan en dos reivindicaciones formuladas con
franqueza y nitidez, pero sin soberbia. La premisa de Maquiavelo tiene dos componentes.
Pide poder volver a servir al estado: “... porque yo me malogro y largo
tiempo no podré estar así sin que me haga pobre...” . De ahí el deseo que “... es-
156
tos señores Médici me den alguna tarea, aún si fuese hacer rodar una piedra...”.
En cuanto a las reivindicaciones, la primera tiene que ver con la ciencia: “... por
esta cosa [o sea el “librito” sobre El Príncipe], cuando sea leída, se verá que los
quince años que he dedicado al estudio del arte del estado, no los he ni dormido
ni jugado...”. La segunda reivindicación concierne a la lealtad política: “... y de
mi fidelidad no se debería dudar, porque habiéndola siempre observado, yo no debo
ahora aprender a romperla; y quien ha sido fiel y bueno cuarenta y tres años,
que son los que tengo, no puede cambiar de naturaleza; y de la fidelidad y bondad
mías es testimonio mi pobreza...”.
Nicolás Maquiavelo no recuperó más ningún cargo público y murió a los 58
años. Autor de muchos estudios importantes y de no pocas comedias, para cuyo
análisis recomiendo el libro de Ezio Raimondi, Politica e commedia. Il genio tea -
trale di Niccolò Machiavelli, recientemente reeditado por Il Mulino, su fama queda,
pese a todo, para la opinión pública definitivamente ligada a El Príncipe (aunque,
para los estudiosos, también a los Discursos).
El ex secretario florentino, ya que éste era el título para él más prestigioso,
escribió El Príncipe entre julio y diciembre de 1513 (y lo retocó sólo parcialmente
después). Son 26 breves capítulos precedidos por una dedicatoria al Magnífico
Lorenzo de Médici, un potencial príncipe, un auspiciable benefactor.
La dedicatoria justifica su homenaje con palabras significativas. “... No he
encontrado en mi objeto cosa alguna que sea para mí más querida, que el conocimiento
de las acciones de los grandes hombres, aprendido a través de una larga
experiencia de las cosas modernas y de una continua lección de las antiguas: las
cuales habiendo yo con gran diligencia largamente discurrido y examinado, y
ahora en un pequeño volumen reducido, envío a Vuestra Magnificencia...” (y
también, agrego yo, por suerte, a la beneficencia de tantísimos lectores -que no
son todos- que seguirán y comprenderán al Secretario Florentino, naturalmente
no es lo mismo con los “antimaquiavélicos” que lo son por esnobismo, ignorancia
o disenso).
Con aquella dedicatoria Maquiavelo se proponía caer de algún modo en el favor
de Lorenzo porque su vida le parece, y probablemente para un hombre de su
naturaleza, de su capacidad, de su activismo, muy lúgubre. De modo que no se
contiene en llamar la atención de Lorenzo sobre su estado: “... Y, si vuestra Magnificencia
desde el ápice de su altura alguna vez posara sus ojos en estos bajos lugares,
conocerá cuanto yo indignamente soporto una gran y continua mala fortuna...”.
Aparece aquí una de las palabras claves del análisis que Maquiavelo hará
de los príncipes y de los principados. Conviene, todavía, proceder por orden.
Desde la dedicatoria Maquiavelo pone en claro el punto relativo a la adquisición
de los conocimientos en materia de política: resulta necesaria, es más, indispensable,
una combinación fructífera. Primero se necesita tener “una larga ex-
157
Gianfranco Pasquino
Fortuna y virtud en la república democrática
periencia sobre las cosas modernas”; segundo, se necesita también saberlas interpretar
gracias a “una continua lección de las antiguas”. En otro lugar afirmará haber
aprendido “por una larga práctica y continua lección de las cosas del mundo”.
Maquiavelo es, por otro lado, perfectamente conciente que leer no basta. Se necesita
leer “con diligencia”, o sea, con cuidado; “sensatamente”, con inteligencia;
y se necesita saber reflexionar: “discurrir/inventar”.
En su intensa actividad pública, Maquiavelo jamás ha dejado de estudiar. Si
aquella que los sociólogos llaman “observación participante” le ha sido de enorme
ayuda para la reflexión política, no habría sido nunca suficiente en ausencia
de los vigorosos cimientos adquiridos en la lectura, en el frecuentar “antiguas cortes
de los antiguos hombres”, en el haber “capitalizado”, o sea atesorado, su conversación
y, naturalmente, sin la agudeza y la potencia de su juicio. Este segundo
conjunto de factores da vida, o mejor, configura aquello que es justo definir
como análisis histórico-comparado de los sucesos.
El método de Maquiavelo consiste en comprobar la regla general que, tomada
de la lección de las cosas, “nunca o raramente falla”, de frente a la inestabilidad
y a la inseguridad del mundo, del riesgo. Ciencia es: “observación y control”
(y, si es oportuno, revisión de las reglas y explicaciones, aún idioscincráticas, con
referencia a casos, situaciones, condiciones específicas, de las excepciones) y
control no se puede tener, evidentemente, sin comparación. Esta comprobación
de reglas generales y el relativo control se logran de mejor forma, sostiene instrumentalmente
Maquiavelo en la dedicatoria mencionada, si se asume una precisa
perspectiva: “... porque así como aquellos que dibujan los poblados se ubican bajo
en la llanura para considerar la naturaleza de los montes y de los lugares altos,
y para considerar aquella de los lugares bajos se ubican en lo alto sobre los montes,
en forma similar para conocer bien la naturaleza de los pueblos es necesario
ser príncipe, y para conocer bien aquella de los príncipes se necesita ser del pueblo
(popular)...”. En fin, se necesita saber estar “distanciado” de los sucesos que
se analizan y se evalúan, se necesita saber tomar una distancia crítica del objeto
del propio estudio.
Toda esa conciencia metodológica y las relativas enseñanzas no sirvieron a
Maquiavelo para construir una técnica de gobierno y para fundar una ciencia de
la política aséptica, pura, aeróbica. Sirven sí para dar instrumentos eficaces, útiles,
incisivos al Príncipe. Por lo tanto, si ciencia de la política ha de ser, Maquiavelo
no intenta en absoluto esconderse detrás de cualquier neutralidad e imparcialidad.
No hace uso de medidas trucadas y no da razones, ya sea para unos como
para otros, de su provecho personal y profesional. Una vez más, y para siempre:
“la larga experiencia de las cosas modernas y la continua lección de las antiguas”,
que deben ser naturalmente ambas renovadas continuamente, colman la
distancia entre la ciencia política “pura” y la ciencia política “aplicada”. Más aún,
es dudoso que la primera pueda de verdad existir, dado su objeto, si no quiere y
158
no puede transformarse, en caso necesario, en aplicación; si no es construida de
manera tal de ir al encuentro de la prueba de los hechos, de la verificación de la
historia, de la proyección ambiciosa. Este es un punto a tomar en cuenta: es, en
efecto, el punto de fuerza de la ciencia política respecto, por ejemplo, cuando se
habla de Estados, de ordenamientos, de repúblicas, de la filosofía política.
Las fuentes escritas de Maquiavelo son los clásicos del pensamiento político
griego y romano, las historias de vidas famosas, con profundizaciones psicológicas.
Su análisis de la política, en efecto, se funda y se nutre de los comportamientos
efectivos y de las motivaciones de los mismos. Utilizando un término contemporáneo,
podríamos sostener que, en medida no pequeña, el análisis de Maquiavelo
es behaviorista, es decir, conductista. Si no fuese porque Maquiavelo está
también muy atento a la estructura de las situaciones, a aquella que hoy es definida
por la ciencia política como la estructura de las oportunidades, entendidas
como condiciones facilitantes, pero también como vínculos que constriñen la acción
política, los cuales, naturalmente, los actores políticos más avezados saben
tener en cuenta. En fin, naturalmente, parte de las cogniciones de Maquiavelo
son, por así decirlo, antropológicas y de psicología colectiva, ligadas a una visión
de los hombres que no es, según la acusación más frecuente y difusa, inexorablemente
negativa, sino sobriamente, hasta amargamente, realista.
Aesta altura ¿qué es entonces El Príncipe? ¿Es un tratado sobre la tiranía, a favor
de la tiranía, y Maquiavelo es, por añadidura, como ha sido escrito recientemente,
un protofascista? ¿Es un panfleto de un patriota conmovido y frustrado a la búsqueda
de un contrato de trabajo y Maquiavelo es un desencantado demasiado dispuesto
a colaborar, un potencial asesor de quien siga sus ideas? ¿O más bien es la lúcida
obra de un hombre apasionado por la política, obligado por la fortuna a no practicarla
más, pero a estudiarla, para nada carente de compromiso civil, como sostiene,
entre algunos pocos, en verdad, Gennaro Sasso (1980: p. 346)? Lo cito: “... El
principado representa el remedio que, asistidos de extraordinaria virtud, legisladores
esclarecidos buscan oponer a la corrupción de las repúblicas...” y el Príncipe muestra
el carácter de experimento racional, conducido sobre el mismo cuerpo de aquello
que por definición es variable (la fortuna) transformándose, así, “... más que en
una teoría del principado, en una teoría de la virtud en su relación con la historia...”.
¿Quién llega a ser príncipe? El príncipe de Maquiavelo deviene tal o con el
favor del pueblo o con aquel de los grandes. Nótese que “popular” puede significar
no sólo ser conocido por el pueblo, sino también apreciado; por lo tanto, sin
forzar los términos, implica ser “democrático”. Civil es el príncipe que gobierna
para el interés del pueblo, y puede ser también que haya adquirido su cargo con
métodos no recomendables, como con la violencia, la crueldad, la usurpación. Sin
embargo, aún este príncipe puede redimirse beneficiando al pueblo. Un príncipe
no legítimo, ex título, puede devenir tal quoad exercitium, gracias al modo con el
cual ejerce su cargo. Aún así, Maquiavelo no tiene dudas:
159
Gianfranco Pasquino
Fortuna y virtud en la república democrática
“... aquel que llega al principado con la ayuda de los grandes se mantiene con
más dificultad que aquél que llega con la ayuda del pueblo...” (p. 47). Los grandes
traman, y satisfacer a los unos no se puede sin injusticia para los otros. En
cambio, “... aquel del pueblo es más honesto fin que aquel de los grandes, queriendo
estos oprimir y aquel no ser oprimido...” (p. 47). Por otra parte, Maquiavelo
no tiene dudas: “... a un príncipe le es necesario tener al pueblo de amigo: de
lo contrario no tiene remedio durante la adversidad...” (p. 48). Para utilizar mi terminologia
más pobre, Maquiavelo pone en claro relieve cuan útil es al príncipe
construirse una mejor estructura de oportunidades haciendo palanca sobre un número
elevado de sostenedores que no pueden más que ser el pueblo.
Como fundamento de esta ciencia política aplicada figura uno de los grandes,
probablemente, el mayor aporte de Maquiavelo al estudio de la política: la autonomía
o, como sostiene Gennaro Sasso, la exclusividad de la política. ¿Qué cosa
quiere decir?
Tomo la referencia de Sasso (1980: pp. 427-428). Antes que nada, la política
es, para Maquiavelo, “... la realidad primera de la vida humana, el único fin que,
usándolo también como medio, el hombre está necesitado a perseguir, con el sacrificio,
si es necesario, de su misma alma. La política es, sin duda, en este sentido,
realidad autónoma. A ninguna regla ética su regla puede jamás ser subordinada...”.
Ya que no entra en ninguna relación de mediación con la ética, la política
es, por un lado, absoluta, superiorem non recognoscens: no reconoce límites
si no aquellos que ella misma pone; por el otro, es total: en palabras de G. Sasso,
“... se constituye a través de la añoranza por el mundo perdido de la ética, de la
bondad, de la pureza...” (1980: p. 429). Alcanzado un punto de no retorno, la política
se destaca como una actividad autónoma, que, como tal es y debe ser, si se
la quiere entender y dominar, no más (nunca más) subordinable a cualquier otro
interés o enseñanza so pena de graves consecuencias.
Fundada la autonomía absoluta de la política esto no sugnifica que el Príncipe
sea igualmente desvinculado en su comportamiento. Es más, es precisamente
en este punto que aparecen algunos grandes problemas abiertos y muy debatidos
del análisis de Maquiavelo y de las múltiples y erróneas lecturas que han sido hechas.
A mi modo de ver, estos problemas son al menos tres:
Primero, la relación entre el bien y el mal en política; el rol de la razón de estado
(que quien había probado la violencia sobre su piel debía sentir con mayor
agudeza). Maquiavelo no tiene ninguna duda: “... Cuanto sea loable en un príncipe
por mantener la palabra dada y vivir con integridad y no con astucia, cada uno
lo entiende: no en vano se ve por la experiencia en nuestros tiempos a aquellos
príncipes haber hecho grandes cosas que de la fe han tenido poca cuenta, y que
han sabido con astucia cambiar el cerebro de los hombres: y al final han superado
aquellos que se fundaron sobre la lealtad...” (p. 84).
160
Maquiavelo no juzga, sino que expone (y sabe muy bien) que se necesita
combinar las leyes con la fuerza (¿qué cosa es el estado de Max Weber si no “el
monopolio legítimo del uso de la fuerza”?), saber usar bien la bestia y el hombre.
“... Estando entonces un príncipe necesitado de saber usar bien la bestia, debe de
aquellas saber tomar lo del zorro y lo del león; porque el león no se defiende de
lazos, y el zorro no se defiende de lobos...” (p. 85). “... Y si los hombres fuesen
todos buenos, este precepto no sería bueno, pero, como son tristes y no lo observarían
respecto de ti, tu obligado no estás a observarlo respecto de ellos...” (pp.
86-87). El mal aparece así muy lejos de ser la esencia de la política de Maquiavelo.
Es exclusivamente una de las posibles consecuencias del accionar político.
Concordando con Sasso, se puede agregar que el mal no constituye la esencia de
la política, pero si uno de sus instrumentos, un instrumento con el cual la política
afronta la naturaleza. Para esta eventualidad es necesario prepararse con tiempo
ya que Maquiavelo sabe, al contrario, que “... es común defecto de los hombres
no tomar en cuenta, en la bonanza, la tempestad...” (p.120).
El contraste existe y se enciende entre la ética, la cual puede imponer para su
actuación el sacrificio de la vida; y la vida, la cual puede y debe a la par imponer,
para su actuación, el sacrificio de la ética. De ahí la famosísima, pero comunmente
mal interpretada afirmación: “... se necesita que tenga un ánimo dispuesto a
cambiar según los vientos y lo que las variaciones de la fortuna le ordenen, y (...)
no apartarse del bien, pudiendo saber entrar en el mal cuando es necesario...” (p.
87). El príncipe estará obligado a hacer el mal exclusivamente cuando las circunstancias
se lo impongan “... porque un hombre que quiera hacer en todas partes
profesión de bueno, labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son.
De donde es necesario a un príncipe, queriéndose mantener, aprender a poder no
ser bueno, y usarlo y no usarlo según la necesidad...”.
No se pueden usar todas las virtudes “... por las condiciones humanas que no
lo permiten...” (p. 76). Aún así, Maquiavelo no tiene dudas: “... no se puede llamar
virtud matar a sus ciudadanos, traicionar a los amigos, ser infiel, sin piedad,
sin religión...”, y a propósito de los presuntos medios que justifican los presuntos
fines, “... cuyos modos pueden conseguir un imperio, pero no la gloria...” (p. 42)
y refiriéndose al tirano siciliano Agatocles: “... su feroz crueldad e inhumanidad,
con infinitas perversidades, no permiten que esté entre los excelentísimos hombres
celebrados...” (p. 43).
Sin embargo, la autoridad y el poder infunden automáticamente algún sano
temor y, probablemente, no pueden renunciar a ello a priori. Es más, existe algún
tipo de apreciable sacralidad ya sea del poder como de la autoridad que depende
también de los comportamientos de sus detentores. “... Debe seguramente el príncipe
hacerse temer de modo que, si no conquista el amor, al menos que ahuyente
el odio; porque pueden coexistir el ser temido y no odiado; lo que conseguirá
siempre que se abstenga de las propiedades y de las mujeres de sus ciudadanos y
161
Gianfranco Pasquino
Fortuna y virtud en la república democrática
de sus subditos...”, “... porque los hombres olvidan más rápido la pérdida del padre
que la pérdida del patrimonio...” (p. 82), de acuerdo a la antropología de Maquiavelo.
En cuanto a las “necesarias” crueldades, Maquiavelo efectúa una decisiva diferenciación
entre aquellas bien usadas y aquellas mal usadas: “Bien usadas se
pueden llamar aquellas –una inserción extraordinariamente reveladora- “(si del
mal es lícito hablar bien)”, que se hacen repentinamente, por necesidad y para
asegurar, no insistiendo en ellas, con la mayor utilidad para el mayor número de
súbditos que se pueda. Mal usadas son aquellas que, aunque al principio sean pocas,
tienden a crecer con el tiempo perdiendo eficacia...” (p. 45). El príncipe debe
igualmente saber dosificar tanto la crueldad como la benevolencia: “... Las injurias
se deben hacer todas juntas, de modo que, saboreándose menos, ofendan
menos: y los beneficios se deben dar de a poco, de modo que se saboreen mejor...”
(p. 46).
Finalmente, a propósito del pueblo y de la utilidad que el príncipe tenga o adquiera
una buena relación “... porque los hombres, cuando reciben el bien de
aquellos de quienes creían recibir el mal, se obligan más respecto de su benefactor...”
(p. 48). Emerge, tal vez, en este consejo un componente paternalista de la
dirección de los gobiernos.
Habiendo hablado de la crueldad y del mal, existe un segundo gran tema con -
trovertido: “el fin justifica los medios”, el famoso Maquiavelismo. “... Haga un
príncipe lo necesario para vencer y mantener un estado: los medios siempre serán
juzgados honorables, y por cada uno ponderados...” (p. 88) (pero no aquellos
de Agatocles, feroz y desalmado). De todas formas algunos medios, especialmente
si son practicados dentro de la estructura de oportunidades existente, son preferibles.
Algunas veces el príncipe mismo podrá intentar cambiar, redefinir la estructura
de oportunidades.
Por otro lado, el problema no consiste solamente en conquistar el poder, sino
también en mantenerlo continuamente. ¿Cómo? La respuesta de Maquiavelo no
deja lugar a dudas: con el consenso del pueblo. “... La mejor fortaleza que existe,
es no ser odiado por el pueblo...” (p. 107).
En consecuencia, “... censuraré (reprocharé) a cualquiera que, fiándose en sus
fortalezas (potencias), estime (tema) poco ser odiado por el pueblo...” (p. 108), y el
ya citado: “... a un príncipe le es necesario tener al pueblo de amigo: de lo contrario
no tiene remedio durante la adversidad...” (p. 48). En esta toma de conciencia
se coloca, precisamente, la redifinición de la estructura de oportunidades: “... Un
príncipe sabio debe pensar un modo por el cual sus ciudadanos, siempre y en todo
tiempo, tengan necesidad del estado y de él: y así le serán siempre fieles...” (p. 51).
El tercer tema de enorme importancia que aparece en El Príncipe tiene que
ver con las múltiples, controvertidas, a menudo decisivas, relaciones entre la vir -
162
tud y la fortuna. Indagar qué cosa son y cómo inciden sobre las acciones humanas
y sobre su eficacia, en suma, intentar comprender si somos, y hasta dónde,
patrones de nuestro destino significa recoger una parte conspicua de la esencia de
la actividad política. La virtud es, de todas formas, como Maquiavelo escribirá en
Los Discursos, de manera fiel a la realidad, el deber de “no abandonarse nunca”.
Pero, ¿qué es aquello de la fortuna? ¿Un artificio retórico y conceptual para explicar
aquello que, de otra forma, no se podría entender?, ¿o el recurso legítimo
a un factor que puede ser él mismo explicado, una condición del sucederse de los
eventos humanos, obviamnete nunca todos previsibles, nunca completamente
previsibles? Seguramente, la virtud es un factor laico, secular que nada tiene que
ver con la predestinación ni con la superstición. No es la naturaleza que, en el
peor de los casos, es el punto de partida estable, mientras la fortuna es el elemento
variable y que se manifiesta en movimiento. No es la necesidad, no es el azar,
no es la suerte, no es la envidia, no es la ambición, no es la ingratitud, no es el
hecho, no es el destino, no es el cielo, menos que menos la providencia (o la improvidencia)
y tampoco la divinidad. “... La fortuna representa la condición pasiva
del suceso político en las conquistas o en la administración interna. La virtud
es su contraparte activa...” (como escribió Leonardo Olschki).
La fortuna es la conclusión a que he llegado en forma personal, es el modo
con el cual, sea por error o por racionalidad limitada, con la apertura incompleta y
el cierre prematuro de las puertas y de las ventanas de oportunidades, los hombres
y las mujeres se construyen sus trayectorias terrenas, sus historias de vida. Maquiavelo
sabe que muchos opinan que “... las cosas del mundo son gobernadas por
la fortuna y por Dios, de forma tal que los hombres con su prudencia no pueden
corregirlas, es más no tienen remedio alguno; y, por esto, podrían juzgar que no
tendría demasiado caso fatigar con ellas, sino dejarse gobernar por la suerte...” (p.
120). No, ningún fatalismo, afirma Maquiavelo, aún si un poco de desaliento frente
al tamaño de la tarea resulta legítimo, tolerable, justificable. Es más, “... para
que nuestro libre albedrío no sea apagado (anulado), juzgo verdadero que la fortuna
sea el árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero que ésta nos deje gobernar
la otra mitad, o casi, a nosotros...” (p. 121). De todas maneras, la fortuna “... demuestra
su potencia donde no hay una virtud que le resista, y es ahí donde vuelven
sus ímpetus, donde sabe que no fueron hechos los diques ni los reparos para
contenerla...” (p. 122). Solamente “... quien fuese tan sabio que conociera los tiempos
y el orden de las cosas, y se acomodase a ellos, tendría siempre buena fortuna...”
(p. 122) y “... si se mutase de naturaleza con el tiempo y con las cosas, no se
cambiaría fortuna...” (p. 123). De frente a estos riesgos inevitables y desconciertos,
¿qué hacer? ¿Qué enseñanza darle al príncipe y al hombre del pueblo?
“... Yo bien creo esto, que es mejor ser impetuoso que respetuoso, porque la
fortuna es mujer; y es necesario, queriéndola someter, batirla y empujarla (golpearla).
Y se ve que ésta se deja vencer más por estos (los impetuosos) que por
aquellos que proceden fríamente. Pero, como siempre, en tanto mujer es amiga
163
Gianfranco Pasquino
Fortuna y virtud en la república democrática
de los jóvenes, porque son menos respetuosos, más feroces y quienes con más audacia
la comandan...” (pp. 124-125). Es una enseñanza durísima y controvertida:
“golpear la fortuna”, que quiere decir ya sea pegarle físicamente como derrotarla.
Esta osada metáfora de la “fortuna-mujer”, malamente interpretada por algunas
estudiosas feministas, debe en cambio ser leída como una invitación a la acción
que Maquiavelo dirige a los hombres jóvenes y vitales si, de frente a las dificultades,
quieren derrotar a las circunstancias, quieren cambiar la estructura de
las oportunidades, quieren construir, mantener y gobernar un principado aún en
condiciones adversas. Y las condiciones podrán ser a menudo adversas...
Conclusión. La política es el espectáculo que mujeres y hombres interpretan
sobre la escena del mundo para adquirir, con conciencia y empeño variable, el control
sobre la propia vida y, a menudo, sobre la vida de los otros. Frecuentemente,
la política es un espectáculo desagradable, violento, negativo, sin progreso. Son
muchas las sociedades en las cuales la política ofrece un feo espectáculo, pero son
muchas también las sociedades que no merecen, por su egoísmo y por su abstencionismo
nada mejor. De todas formas, cuando la política se limita a reflejar la sociedad,
ya ha perdido su esmalte, su atractivo, su tarea histórica. De buena, pero
muy frecuentemente de mala gana, a gusto o a disgusto, la política con la que nos
toca vivir en este fin de milenio aparece inadecuada un poco por todos lados. Pero
era también inadecuada, por debajo de las expectativas, de las potencialidades
y de los desafíos la política con la cual Maquiavelo tuvo que convivir.
Resulta fuerte la tentación de actualizar su pensamiento, de explotarlo para la
comprensión de la política contemporánea y para su orientación. Me resisto a actualizar
y ni siquiera pruebo. Los clásicos son tales porque permiten a cada uno
de nosotros leerlos, dentro de ciertos límites, como deseemos. Y de sacar, si queremos,
lecciones de método, de estilo, de análisis. El Príncipe resalta como un
monumento a la lengua italiana, al saber politológico, a la cultura mundial. Maquiavelo
no puede ser conquistado para la causa de ninguno. La conclusión de El
Príncipe con su referencia a los versos de Petrarca
Virtud contra el furor
Tomarás las armas y hará corto el combate:
Que el antiguo valor
En el corazón italiano aún no ha muerto.
y a su fuerte reivindicación de unidad nacional, tan alta y significativa cuando
los pueblos del Norte estaban sometidos a los franceses y cuando pronto lo serían
a los austríacos, lo convierten en hostil para cualquiera que mantenga pesadillas
secesionistas.
La concepción que Maquiavelo tiene de la vida, austera, no condescendiente,
hecha de empeño, de responsabilidad, de sanciones, de amarga intransigencia,
no tiene ningún punto de contacto con el “buenismo”, que es a menudo una de-
164
formación hipócrita de los comportamientos incapaces de soportar el conflicto y
de confrontarse con las diferencias de opinión. Su ética laica, racional, no trascendente,
entretejida por argumentaciones, lo ha transformado, y aún hoy lo
transforma, en invisible o no querido por aquellos que tienen necesidad de anclas
de salvación en el principio de autoridad y en las jerarquías, en el pietismo y en
los milagros.
Maquiavelo cree en la razón y en el pueblo. Es un pensador iluminado. Ha pagado
su sabiduría como persona, aún cuando era perfectamente conciente que de
el precio había sido muy elevado. Deja una lección de método y de estilo. Se lo
puede (tal vez se lo deba) leer todavía, aún solo por el puro, simple, gratificante
placer de la lectura. Grande, tal vez inigualable libro de contenidos: como dimensiones
físicas, El Príncipe es un librito: por lo tanto, buena lectura; buena fortuna.
165
Gianfranco Pasquino
Fortuna y virtud en la república democrática
Bibliografía
Machiavelli, Niccoló 1995 Il Principe (Turin: Einaudi).
Sasso, Gennaro 1980 Niccolò Machiavelli (Bologna: Il Mulino).
166

No hay comentarios:

Publicar un comentario