martes, 11 de mayo de 2010

El concepto de hombre en Nicolas Maquiavelo

HISTORIA DEL PENSAMIENTO
EL CONCEPTO
DE HOMBRE EN
NICOLÁS MAQUIAVELO
FAUSTO DÍAZ PADILLA
Oviedo
1 Humanismo italiano nacido y desarrollado
durante el siglo XV significó, como
es bien sabido, un profundo cambio en
todos los órdenes de la vida. En la nueva
concepción de la idea de hombre, de sus
relaciones con los demás o con la divinidad,
se podría hablar de una verdadera
revolución. Dicha transformación tiene sus orígenes en
acontecimientos políticos, sociales y económicos del siglo
anterior —en especial de la segunda mitad—, pero sus
efectos se dejan sentir en el s. XV. No voy a detenerme
en analizar las causas que produjeron este fenómeno.
Únicamente recordaré algunos hechos que, aunque muy
conocidos, tienen un cierto interés para lo que voy a exponer:
la crisis de las dos grandes instituciones —los dos
soles de que habla Dante— la Iglesia y el Imperio y el paso
del comune a la señoría. En efecto, en 1356 Carlos IV
de Bohemia concede la Bula de Oro, según la cual la
corona imperial dejaba de ser hereditaria para ser electiva.
Antecedente de ello fue la proclamación como emperador
por el pueblo romano de Ludovico el Bávaro en
1328. Por su parte la Iglesia padece la Cautividad de
Avignon (1309-1376) después de las luchas entre el papa
Bonifacio VIII y el rey de Francia Felipe el Bello. Y el
comune, después de haber pasado por las fases del gobierno
de los aristócratas, potestades y de las Artes,
comenzaba a poner las bases para el nacimiento de la señoría.
A partir de mediados del s. XIV la península conoce
un largo período de guerras a causa de los tres intentos
hegemónicos de Milán (1350, 1400 y 1420-21),
seguido del de Venecia (1347 y siguientes) y que concluirá
con la Paz de Lodi (1454), gracias a la cual las ciudades
italianas conocerán un largo período de paz, hasta
1494. Artífices de la misma fueron Cósimo di Medici,
Francesco Sforza y Alfonso I de Ñapóles. Figura peculiar
de la época es la del condottiero o capitán de la «compañía
de aventura»,.auténtico ejército mercenario, que tanta
importancia tendrá en la experiencia política de Maquiavelo.
Paralelamente a estos cambios políticos y hegemónicos
una endémica crisis económica presidirá todo el siglo
XIV, cuyos momentos más álgidos serán las carestías de
principios (1315-1317) y de finales de siglo (1399), sin
olvidar la terrible peste de 1348 durante la cual morirá
Laura, la joven amada y cantada por Petrarca, y que servirá
a Boccaccio de marco del Decamerón. Todo ello producirá
un descenso de la población de doce a ocho millones
de habitantes juntamente con una serie de agitaciones
sociales, inquietudes y despoblamiento de las zonas
más afectadas y una fuerte regresión de la economía.
El concepto del hombre en la Edad Media es predominantemente
negativo. En contraposición al pensamiento
greco-romano, según- el cual el individuo era una
célula de un organismo más vasto —la ciudad—, el cristianismo
medieval salva la singularidad del hombre al
destacar ante Dios su responsabilidad de todo lo realizado
durante el viaje terreno. Pero: como señala acertadamente
Feuerbach el objeto esencial de la fe en la supervivencia,
según el concepto cristiano, no era el individuo
en cuanto tal, sino el paraíso o el infierno, o sea la
realidad del bien y la nulidad del mal. Por otro lado, al
insistir el cristianismo sobre la temporalidad como condición
de la persona, según la filosofía agustiniana, la limita
negativamente. Dante concibe la vida como «un correr
hacia la muerte», y como momento de prueba que
es juzgado desde el Eterno (Paraíso, canto XI). Así mismo
el sentimiento de temporalidad y finitud es vivido
agonísticamente por Petrarca en el Secretum o en el De
ocio religiosorum. Pintura del hombre todavía más negativa
nos la dan autores como Gherardo Pateg (o Patecchio)
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en «Le noie», Inocencio III en el De contemptu Mundi, •
lacopone da Todi en las Laudes o los seguidores del movimiento
del AUeluia (1233). En suma, la concepción
teocéntrica domina todos los aspectos de la cultura y de
la vida. Sin embargo, ya con Boccaccio se puede hablar
de humanismo, puesto que la experiencia de sus personajes
es siempre terrena.
En el curso del siglo XV madura un nuevo concepto
del hombre que sintéticamente podría ser definido como
el «hombre que se realiza mediante la acción». Es exaltada
su individualidad, el uso de la razón, su capacidad
creativa y estética, el amor por la gloria... Así, para Pico
della Mirándola —Orazio de Hominis dignitate— el hombre
es microcosmo que reagrupa en sí todas las perfecciones
dispersas en el universo; idea semejante expone
hacia el 1452 Giannozzo Manetti en el De dignitate et
excellentia hominis; para Marsilio Ficino el hombre es
«copula mundi», mediador entre la naturaleza y Dios.
Este humanista teorizando sobré las formas de conocimiento
llega a afirmar que la verdad alcanzada por el
hombre no es en nada inferior a la de Dios, si bien el
modo de conocimiento del divino es intuitivo y el del
hombre es discursivo. En el Humanismo se ha pasado
pues con la celebración de la «prestantia», «excellentia»,
«dignitas hominis» del principio teocéntrico al antropocéntrico,
que es exaltación de las facultades humanas.
Por ello Nietzsche vio en el hombre del Renacimiento
una prefiguración del superhombre animado de la voluntad
de potencia, y J. Burckhartd (1) lo definió como él
hombre completo, con plena confianza en sus facultades
y en su propia individualidad.
Esta concepción optimista fue enseguida empañada
por el sentimiento de confusión y extravío del hombre
de los siglos XV y XVI al renunciar a las certezas de orden
transcendental que lo acompañaron a lo largo del
período medieval y proyectarlo en un mañana que dependía
de su capacidad de construir. Y al igual que Galileo
Galilei descubrió las manchas solares a pesar de haber
formulado la teoría heliocéntrica siguiendo las intuiciones
de Copérnico, del mismo modo va naciendo un
cierto pesimismo en aquellos autores que habían exaltado
las facultades humanas. De ahí que Maritain haya
colocado en el Humanismo, como momento del espíritu,
el comienzo no sólo de la denominada «tragedia del
hombre», sino también de la tragedia de Dios y de la
cultura.
Es en este pesimismo donde se inscribe el pensamiento
de Maquiavelo sobre el hombre. El hilo conductor
de nuestro análisis será la Letterra al Vettori del diciembre
de 1513, en la que se anuncia la composición de
El Príncipe. Magnífico modelo de su proceder discursivo,
de su mundo conceptual, que se refleja en un tono
dilemático, como señala F. Chabod (2), y con un estilo
«clásicamente epigráfico, que puede ser al mismo tiempo
el.estilo de los proverbios populares» (3), se halla estruc-
(1) J. Burckhardt, La civilta del Rinascimento in Italia, parte VI, cap. I,
p. 554, Sansoni, Firenze, 1940.
(2) F. Chabod, Scritti sul Machiavelli, p. 187, Einaudi, Torino.
(3) L. Russo, «Machiavelli», p. 83, Universale Laterza n° 28, 4" edic.
Barí, 1974.
turada en oposiciones dualísticas. En ella se pueden distinguir
dos partes bien diferenciadas: en la primera narra
como transcurre su jornada, en la segunda su actividad
intelectual durante la noche, que en cierto sentido evoca
la oposición medieval de la muerte y la vida. Estas dos
partes contrastan en aspectos particulares que son especificaciones
de su planteamiento global. Así, a la curiosidad
de tipo realístico que el autor experimenta durante
el día se contrapone la curiosidad cultural en el silencio
nocturno; en el día escucha y habla con hombres todavía
vivos, por la noche lee y habla con los hombres del pasado;
las lecturas del día son las «amorosas pasiones» de
Dante, Petrarca, Ovidio y otros menores; las de la noche
son de tema político-histórico, de Aristóteles, Tito
Livio, Planto, etc. Durante la jornada los escenarios en
los que se desarrolla su actividad son concretos y determinados:
el bosque, la fuente o la taberna; en las horas
nocturnas su actividad mental se desarrolla en un lugar
ideal y atemporal «en las antiguas cortes de los hombres
del pasado». La primera actividad lo cubre de «fango y
lodo», con la segunda se adorna de vestimentas «reales y
curiales». En síntesis, sus ocupaciones durante el día
están orientadas al alimento del cuerpo —corta y vende
la madera del bosque, o se preocupa de la deuda que
Fronsino da Panzano ha contraído con él—, las de la noche
atienden al alimento espiritual, y en este aspecto es
Maquiavelo ^quien es deudor de valores culturales para
con los antiguos. Para decirlo con palabras de nuestro
autor el hombre es «centauro», cuerpo y alma, materia y
espíritu, obligado a sufrir las servidumbres y satisfacer
las necesidades de una y otra parte de esta dualidad. El
escritor florentino no abandonará este proceder por dicotomías
ni en El Príncipe ni en sus obras de carácter
histórico-político —Discursos sobre la primera «Década» de
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Tito Livio, y las Historias florentinas— o incluso en sus
comedias —La Mandrágola, la Clizia—. Partiendo de esta
constatación el análisis del concepto de «hombre» deberá
cumplirse a través de las oposiciones dualísticas presentes
en sus escritos: en ellos se distingue el hombre masa
del individuo; éste con la colaboración de su virtud y
de la fortuna aspira a elaborar una ciencia política que le
permita la formación del estado moderno. En unas ocasiones
virtud y fortuna entran en abierto contraste, como
fue el caso de César Borja cuando murió su padre, el papa
Alejandro VI, y él estaba gravemente enfermo; en
otras, a la virtud personal se oponen las armas, o mejor
dicho, la carencia de armas propias. Desde otra perspectiva
la virtud contrasta con la moralidad; por su parte
la fortuna se opone a la libertad, como la historia a la política,
pues la primera mira a los acontecimientos pasados
y la segunda a los presentes o futuros, si bien tenga siis
fundamentos en las enseñan2as que proceden de aquélla;
por último, la finalidad de la acción del individuo y de la
ciencia política, el estado, tampoco coincide con el
concepto de nación.
Maquiavelo da una valoración mecánica o naturalística
del hombre, ya que no lo considera como una entidad
formada de cuerpo y espíritu, sino como «naturaleza»
que «no está todavía espiritualizada y humanizada... Naturaleza
es ya el mismo hombre, el individuo, el cual ab
aeterno posee una natural malicia, que puede ser frenada,
pero no curada y sanada radicalmente ex imis» (4). Es.
más, es incapaz de llegar a alcanzar su perfeccionamiento
en la via del naal, a pesar de su innata tendencia a él.
(4) L. Russo, Machiavelli, ob. cit. p. 195.
EL BASILISCO
pues el secretario florentino constata que los hombres
no saben «ser honorablemente malos o perfectamente
buenos», poniendo como ejemplo de su afirmación a
Gian Paolo Baglioni, señor de Perugia, sanguinario y sin
escrúpulos, que pudiendo haber cumplido una acción de
perenne recuerdo en la historia cuando el Papa Julio II
entró desarmado en su ciudad se sometió a él (5).
Como tal el hombre se halla limitado negativamente
al carecer de las dotes de libertad e imprevisión de comportamiento
y estar por ello abocado a la continua repetición
de los mismos hechos y errores. Esta es la razón
de que' tanto el hombre como su acción a lo largo de los
siglos puedan constituir el objeto de la nueva ciencia: la
política. Esta uniformidad y repetibilidad de comportamiento
es consecuencia de los defectos que caracterizan
su naturaleza: «Perché degli uomini si puó diré questo
generalmente: che sieno ingrati, volubili, simúlateri e
dissimulatori, fuggitori de' pericoli, cupidi di guadagno; e
mentre fai loro bene, sonó tutti tua, offeronti el sangue,
la roba, la vita, e' figliuoli, como di sopra dissi [cap. IX],
quando il bisogno é discosto; ma, quando ti si appressa,
e' si rivoltano» (6). El hombre es para Maquiavelo malvado
y vil, egoísta y atento al propio provecho; estas
convicciones hacen brotar de sus escritos un sentimiento
amargo y pesimista que es, como afirma Croce (7), lo
que lo diferencia de su amigo Francisco Guicciardini y
de su concepto del «particular».
Pero no siempre su juicio sobre el hombre es negativo.
En algunas de sus páginas existe el tentativo de
justificar el modo de actuar humano, tratando de buscar
las causas del mismo, como cuando acusa a la Curia romana
del carácter corrompido de los italianos, aconsejando
a quien de ello dudase que «mandasse ad abitare
la corte romana, con l'autoritá che l'ha in Italia in le
terre dé Svizzeri, i quali oggi non sonó solo popoli che
vivono, e quanto alia religione e quanto agli ordini militan,
secondo gli antichi e vedrebbe che in poco tempo
farebbero piú disordine in quella provincia i reí costumi
di quella corte che qualunque altro accidente che in
qualunque tempo vi potesse surgere» (8). Aunque en sus
escritos Nicolás Maquiavelo no llegue nunca a aludir a la
bondad innata del hombre, como más adelante formulará
(5) N. Maquiavelo, Discorsi sopra la Prima Deca di Tito Livio, Libro I,
cap. 27.
(6) «Porque de los hombres se puede decir en general lo siguiente:
que son desagradecidos, volubles, simuladores y disimuladores, fugitivos
de los peligros, ávidos de ganancias, y mientras les haces el bien,
son todo tuyo, te ofrecen la sangre, sus propiedades, su vida, sus hijos,
como más arriba dije, cuando la necesidad es lejana; pero cuando la
necesidad se acerca te abandonan», ll Principe, cap. XVIL «Simulador»
es el que finge lo que no tiene»; «disimulador» quien esconde lo que
siente y nota», véase nota pág. 272, vol. II, 1^ parte de la Antologia delta
Letteratura Italiana, de Gianni, Balestreri y Pasquali, Casa Editrice
D'Anna, Messina - Firenze, 1976.
(7) B. Croce, «Etica ePolitica», Laterza, Sari, 1931, p. 252.
(8) «mandase vivir la corte romana, con la autoridad que tiene en Italia,
en las tierras de los suizos; los cuales son hoy los únicos que viven,
por lo que respecta a la religión y a la organización militar, según los
antiguos: y vería que en poco tiempo causaría más desorden en aquella
provincia las perniciosas costumbres de la citada corte que cualquier
otro suceso que en cualquier tiempo allí pudiese ocurrir», Discorsi sopra
la Prima Deca..., Libro I, cap. XII.
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Rousseau, sí establece el carácter determinante de las
buenas leyes y de la práctica de la religión —entendida
siempre como instrumento de gobierno— para enderezar
las «buenas costumbres» del pueblo. Para demostrarlo
contrapone al papel negativo desempeñado por el cristianismo
desde la Edad Media la función altamente positiva
de la religión romana instituida por Numa (9)- Y es que
muy en el fondo el político florentino tiene puesta su
esperanza en el pueblo, en ese pueblo tantas veces calificado
de «vulgo», tantas veces menospreciado, pero que
guiado por un príncipe «virtuoso» puede lograr la
expulsión de los extranjeros de la península y la constitución
de una monarquía absoluta semejante a la española
o a la francesa. Este es el tono del último capítulo del
Príncipe, el XXVI, en el que la despreciada plebe es la
heredera del «antiguo valor», pronta a transformarse
«virtud contra furor», como en los versos de Petrarca
citados en la conclusión de la obra. En este último capítulo,
el observador objetivo de la realidad se deja arrastrar
por su pasión, añorando una situación utópica que
cae fuera de las condiciones objetivas del presente.
Como Luigi Russso afirma «es la pasión la que se venga
de la frialdad del intelecto». Y Maquiavelo se nos presenta
no sólo como proTeta, sino como profeta desalmado
también él (10), aludiendo a las críticas del escritor
sobre Savonarola, tanto en alguna de sus cartas familiares
—aquélla de 1498 dirigida a Riccardo Bechi— como en
el mismo Príncipe —cap. VI—. Por otro lado, de las
consideraciones del último capítulo del Príncipe nace en
gran medida la interpretación «democrática» de su obra,
iniciada en el Seiscientos con Traiano Boccalini en los
«Ragguagli del Parnaso», recogida después por Rousseau,
Cuoco, Alfieri en Del Principe e delle lettere, Foseólo en
I Sepolcri, y Gramsci en Note sul Machiavelli...
Al hombre como colectividad opone el Individuo, el
Príncipe, que es el verdadero objeto de la ciencia política:
aquél que es capaz de fundar un estado unitario y
fuerte que ponga freno a la perversidad de la masa popular.
Ahora bien, su misión no concluye con la formación
del estado absoluto, sino que éste es la premisa para su
ordenación y gobierno sobre bases más amphas, a fin de
que no dependa de la virtud de uno solo, adquiera vida
autónoma y su existencia no esté hipotecada por la de
aquél. Este es, resimiido, el pensamiento de Maquiavelo
en los «Discorsi sopra la Prima Deca di Tito Livio» y
que concuerda con el de Ugo Foseólo en la glosa a la
oda A Bonaparte liberatore, cuando afirmará: «...y es cierto,
desgraciadamente, que el fundador de una república
ha de ser un déspota». Si bien la figura que campea como
modelo de Príncipe es la de César Borja, denominado
el Valentino, el escritor no desaprovecha ocasión de
señalar otros políticos, según los diferentes tipos de
principados que examina: Francisco Sforza, el duque de
Ferrara, Fernando el Católico al que sólo alude pues «no
es prudente dar el nombre» (11), o los Papas Alejandro
VI y Julio II. El modo de actuar de todos ellos, conrio el
de todo político, es simbolizado en la imagen del centauro
(12), ya que ha de saber usar «la bestia y el hombre»
(9) N. Maquiavelo, «Discorsi..., Libro II, cap. 2.
(10) L. Russo, Machia-velli, ob. Cit. pág. 85.
(11) N. Maquiavelo, 11 Principe, cap. XVIII.
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según las circunstancias. Y obligado a servirse de las cualidades
de la «bestia», debe tomar ejemplo de la zorra y
del león, símbolos de la astucia y de la fuerza, a fin de
estar preparado para defenderse de los engaños y de la
violencia.
Los medios de que dispone el Príncipe para el logro
de su fin son la virtud y la fortuna propias, además de las
armas que son el instrumento de su manifestación.
El paso del teocentrismo medieval al antropocentrismo
humanístico y renacimental conlleva paralelamente
un cambio en el concepto de virtud: la virtud como sumisión
a la voluntad divina, resignación ante la adversidad
y desprecio de las cosas mundanas, deja paso a la
virtud entendida como desarrollo de la actividad humana,
como religión de hacer bien lo que se hace, y que
mira al útil. Es decir, la «virtus» de la religión romana
que sólo celebraba «uomini pieni di mondaná gloria come
erano i capitani di eserciti e principi di republiche»,
mientras que la «virtud» cristiana «ha glorificado piü gli
uomini umili e contemplativi, che gli attivi. Ha di poi
posto il sommo bene nell'umiltá, abiezione, e nel dispregio
delle cose imiane» (13). Este retorno al antiguo en
cuanto al concepto de virtud, como manifestación de las
cualidades del individuo independientemente de los aspectos
morales y religiosos, es el que se desprende de
los escritos de Nicolás Maquiavelo.
Para el secretario florentino la política es una ciencia
autónoma de la moral o de la religión, ya que sus fines
son diversos: en un caso el Bien moral, en el otro el Útil
político. Por ta.nto sus medios tampoco tienen que serlos
mismos. Esta es la razón de que la virtud política no
tenga porqué identificarse con la moral; podrían coincidir
si los hombres fuesen buenos por naturaleza, pero
dada la maldad htmiana hace que ello no sea posible.
Coherente con estas ideas Maquiavelo señala corno la
primera condición del buen político la de «presuponer a
todos los hombres culpables» (14), lo cual implica como
consecuencia la necesidad por parte del príncipe de
«aprender a poder ser no bueno» (15).
Los capítulos del XV al XVIII del Príncipe están
dedicados a' enunciar y -analizar las «virtudes» del político
ideal siguiendo el modelo de César Borja, del que en
(12) N. Maquiavelo, II Principe, cap. XVIII. La expresión «la bestia y
el hombre», cuyo símbolo es el centauro, es tomada por Maquiavelo
de Cicerón. Concretamente el párrafo del cap. XVIII donde afirma
que «es menester, pues, que conozcáis los dos modos de defenderse; el
uno con la ley y el otro con la fuerza. El primero es el propio de los
hombres y el segundo lo es de las bestias. Pero como a menudo no
basta con el primero, es preciso recurrir al segundo», parece que sea
simplemente la traducción del De Officiis (I, 11) de Cicerón («Nam,
cum sint dúo genera decertandi, unum per disceptationem, alterum per vim;
cunque illius propium sit hominis, hoc bellarum, confupendum est ad posterius,
si uti non licet superiores).
(13) «...hombres llenos de mundana gloria como eran los capitanes de
los ejércitos y príncipes de las repúblicas» ...«ha glorificado más los
hombres himiildes y contemplativos que los activos. Además ha puesto
el sumo bien en la humildad, abyección y en el desprecio de las cosas
humanas», Discorsi..., cap. II.
(14) N. Maquiavelo, Discorsi..., Libro I, cap. III.
(15) N. Maquiavelo,//P«Ha>e, cap. XV.
EL BASILISCO
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el capítulo VII ha delineado su personalidad y sus
empresas militares y donde hace una primera enumeración
de cualidades que repetirá más adelante en contraposición
al correspondiente vicio —capítulo XV—, y
que después sintetizará en las siguientes cinco: «...parere
pietoso, fedele, umano, intero, religioso» (16), salvaguardando
siempre la «razón de estado», prevaleciendo en
todo caso ésta sobre aquéllas.
Después de haber considerado que el príncipe np
debe temer de incurrir en el calificativo de «avaro» por"
ser éste uno de aquellos vicios que le permiten gobernar,
ya que la avaricia origina «una infamia áin odio»;
por el contrario, una excesiva generosidad le haría incurrir
«nel nome del rapace, che parturisce una infamia
con odio» (17), pasa a analizar la conveniencia o no del
empleo de la crueldad y piedad como procedimientos en
el ejercicio del poder. Desde un punto de vista ideal sería
preferible gobernar con la ayuda de la segunda y no
con la de la primera, pero no por ello debe renunciar al
uso de la crueldad cuando las circunstancias lo aconsejen,
especialmente si el príncipe es nuevo en aquel
país, como fue el .caso del Valentino en la B'^magna. De
(16) «...parecer piadoso, fiel, humano, íntegro y religioso», 11 Principe,
cap. XVIII.
(17) «...en el nombre de ladrón que provoca una infamia con odio», //
Principe, cap. XVI.
(18) «...los hombres ponen menos cuidado en ofender a uno que se
haga amar, que a uno que se haga temer; porque el amor se mantiene
por un vínculo de gratitud, el cual porque los hombres son malvados,
en cualquier ocasión de propia utilidad se rompe; pero el temor se
mantiene por miedo al castigo que no abandona nunca», / / Principe,
cap. XVII.
(19) N. Maquiavelo, 11 Principe, cap. VIII. Es opinión generalizada la
contraposición entre la teoría del Estado de Platón y la de Maquiavelo:
el primero es un utópico que escribe de cómo deben ser los estados en
vez de hacerlo, como Maquiavelo, sobre cómo son en realidad. Sin
embargo, y por encima de esta opinión, es necesario subrayar que fue
Platón quien enunció las tesis de la «mentira política» (v. infra) y de
la adopción de «medidas extraordinarias» en beneficio del Estado, enteramente
asumidas por Maquiavelo. Platón en el Político, comparando
al hombre de Estado con el médico, afirma: «Respetamos a los médicos
aunque nos curen con amor o por medio de la fuerza, aunque nos
corten, nos quemen o nos inflijan cualquier otro remedio doloroso»
(293, b); y en las Leyes: «un legislador puede crear, con mucho gusto,
una nueva constitución y nuevas leyes que no impliquen fuerza tiránica
y sólo castigos más suaves; pero los castigos más severos —como la
muerte y el exilio— son los que dan resultado» (V, 735, e).
esta afirmación surge el conocido dilema de si es más
conveniente ser amado o temido por los subditos. Maquiavelo
se inclina sin ningún titubeo por la segunda posibilidad,
pues «gli uomini hanno meno respetto a offendere
uno che si facci amare, che" uno che si facci temeré;
perché l'amore é tenuto da uno vinculo di obligo, il quale,
per essere gli uomini tristi, da ogni occasione di propria
utilitá é rotto; ma ¡1 timore é tenuto da una paura di
pena che no ti abbandona mai» (18). La crueldad que no
está encaminada a la consecución del fin último de la
política carece de justificación, como la ejercida por Oliverotto
da Fermo y Agatocle de Siracusa (19).
Por lo que concierne el «mantener la palabra dada»,
el príncipe sería perfecto si la pudiese observar siempre,
pero la experiencia de hecho demuestra lo contrario.
Cuando supone un peligro para la conservacióo del estado,
fin primero y último del arte de la política, el hom-
} bre de gobierno debe eludir con astucia el cumplimiento
de los pactos establecidos, actuando incluso en oposición
a los mismos si fuera necesario. Maquiavelo justifica este
comportamiento por el carácter esencialmente negativo
del común de los hombres, como ya se ha documentado
más arriba y que en este capítulo de nuevo reafirma:
«...se gli uomini fussino tutti buoni, questo precetto non
sarebbe buono; ma perché sonó tristi e non la osservarebbono
a te, tu etiam no l'hai ad osservare a loro» (20),
ya que la astucia es una de las dos cualidades fundamentales
del príncipe; la otra es la fuerza. Astucia y fuerza,
zorra y león, es la dualidad que procede de un miembro
de otra más amplia —bestia, hombre— que constituye
la realidad Política y que nuestro autor simboliza en
la imagen del centauro.
La actuación del príncipe es juzgada de acuerdo con
principios propios de la ciencia política, que no tienen
porqué coincidir con los de otra parcela del comportamiento
humano, como la moral. Esta es la razón de que
algunos de los llamados «vicios» según la casm'stica religiosa,
desde una perspectiva exclusivamente política sean
considerados como virtudes esenciales de todo gober-
(20) «...y si los hombres fueran todos buenos, este precepto no sería
sensato; pero como son volubles no te la [la palabra dada] mantendrían,
tú tampoco tienes que mantenerla respecto a ellos», // Principe, cap.
XVIII.
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nante. Por ello algunas dé las «virtudes» enumeradas por
el secretario florentino en los capítulos XV, XVI, XVII
y XVIII del Príncipe se encuentran en flagrante contraposición
con las morales: deberá ser avaro en la administración
de los propios bienes a fin de no verse en la obligación
de crear nuevos impuestos y con ello granjearse
el odio de los subditos;, no.se preocupará de la fama de
cruel pues «sanza questo nome, non si tenne mai
esército unito né disposto ad alcuna fazione» (21); tampoco
está obligado a respetar los acuerdos contraídos si
ello puede reportarle algún perjuicio en orden a la conservación
del estado. Pero de todas sus cualidades una
destaca sobre las demás: la de la disimulación. Por una
parte ha de saber enmascarar el propio estado de ánimo
para que los demás no intuyan sus verdaderas intenciones
y propósitos, como César Borja se comportó con
Maquiavelo, enviado por la Señoría florentina a Imola,
cuanto Vitellozzo Vitelli, Gian Paolo Baglioni, Oliverotto
da Fermo, Pandolfo Petrucci y algunos de los Orsini,
se aliaron contra el Valentino; o en el modo que tuvo
éste de eliminar a alguno de aquellos señores y capitanes
de venturas. Por otro lado, está obligado a colorear ios
propios actos de gobierno a fin de que aparezcan concordes
con las leyes morales y buenas costumbres ante los
ojos de los subditos: «Debbe, adunque, avere uno principe
gran cura che non gli esca mai di bocea una cosa
che non sia piena delle soprascritte cinque qualitá; e
paia, a vederlo e udirlo, tutto pietá, tutto fede, tutto integritá,
tutto umanitá, tutto religione. E non é cosa piü
necessaria a parere di avere che questa ultima qualitá»,
resumiendo su pensamiento en la siguiente máxima:
«...Ognuno vede quello che tu pari, pochi sentono que-
11o che tu sé» (22). Idea que será recogida por Foseólo
en el Jacopo Ortis cuando dice: «Gli amori della moltitudine
sonó brevi ed infausti; giudica, piü che dall'intento,
dalla fortuna; chiama virtü il delitto utile, e sceller^-
gine l'onestá che le pare dannosa; e per avere i suoi
plausi, conviene o atterrirla, o ingrassarla, e ingannarla
sempre» (23).
De las afirmaciones de Maquiavelo sobre la autonomía
del príncipe respecto a las leyes morales deriva la
interpretación errónea de su doctrina, sobre todo cuando
se pretendió sintetizarla en la máxima «el fin justifica los
medios». Como Luigi Russo (24) ha demostrado, la
esencia del pensamiento maquiaveliano se halla precisamente
en la inversión de los términos de dicha fórmula.
(21) «sin este nombre no se mantuvo unido nunca ejército alguno ni
dispuesto a empresa alguna», / / Principe, cap. XVII.
(22) «Debe por tanto un príncipe poner especial cuidado en que no le
salga nunca de la boca nada que no esté lleno de las mencionadas cinco
cualidades y parezca, al verlo y oirlo, todo piedad, todo fe, todo integridad,
todo religión. Y no hay cosa más necesaria que parece tener
que esta última cualidad»... «...cada uno ve lo que tú pareces y pocos
sienten lo que tú eres», II Principe, c. XVIII.
(23) «Las voliciones de la multitud son breves e infaustas; juzgan, más
que por el intento, por el resultado; llama virtud el delito útil, maldad
la honesta que le parece perjudicial; y para contar con su aprobación
conviene o aterrorizarla o enriquecerla, y engañarla siempre». Le ultime
lettere di Jacopo Ortis, p. 392, UTET, Torino, 1962. Tanto Maquiavelo
como Foseólo recogen la tesis platónica de la «mentira política»; «Me
parece que los magistrados a menudo se ven obligados a. recurrir a
mentiras y fraudes en interés de sus subditos» {República, IV, 459, d).
(24) L. Russo, Machiavelli, ob. cit. p. 216.
puesto que son los medios adecuados a un fin concreto
los que lo justifican, es decir, un fin es justo si los
medios adoptados para su realización son técnicamente
coherentes con él. Esta es la auténtica virtud de la nueva
moralidad, aplicada a la política que el teórico florentino
propugna. En efecto, para él la moral es vitalista, consistente
en hacer bien lo que se está haciendo utilizando,
como se acaba de indicar, los medios más idóneos para
su cumplimiento. No se trata, piues, de una moral genérica
sino concreta, de tipo técnico, cuyas leyes deben ser
respetadas por quienes la profesan. Por ser una moral
concreta cada arte ó ciencia deberá tener la propia, sin
interferencias de normas pertenecientes a otras: cada una
debe ser autónoma de las demás. La misión del individuo
es la de actuar dentro del ámbito de una esfera determinada
conforme a las leyes particulares que rigen en
ella. Por ello Maquiavelo muestra su complacencia con el
comportamiento de un César Borja o de un Ugucciones
de la Faggiuola (25), de un Ligurio o de una Lucrecia
' (26), por ser coherentes con la finalidad que esperaban
conseguir; en especial con ésta última a quien considera
«virtuosa» antes y después del adulterio: antes se había
negado al arnor ilícito por impedírselo un imperativo religioso
moral; pero caída en él por incitación de todos
los que la rodean, incluso de Messer Nicia, su marido,
no duda después en continuar el engaño para el deleite
propio: ahora su fin es el placer y sus leyes, son muy distintas
de las religioso-morales.
El querer operar en una «ciencia» dada con normas
propias de otra conduce inevitablemente al fracaso. De
la aplicación rigurosa de este principio nace en nuestro
autor la oposición al fraile Jerónimo Savonarola (27), mal
religioso y peor político, y con él a todos los «profetas
desarmados», por haber pretendido hacer política haciendo
religión; y su reproche a la Curia romana por haber
mezclado el poder espiritual y el temporal.
No es que nuestro autor sea el teórico de un nuevo
modo de comportamiento, sino que es más bien el narrador
del momento vitalista, propio del espíritu humano,
que se manifestó en su tiempo. Es, como Traiano Boccalini
en los «RagguagU del Parnaso» afirma el único
«que tuvo el valor de decir cosas que todos tenían el
valor de hacer».
¿Esta peculiar concepción significa que Nicolás Maquiavelo
niega toda validez a la moral religiosa?. La respuesta
es un no categórico. Esta negativa se explica por
dos razones: desde una perspectiva exclusivamente política
la moral es una de las fuerzas esenciales en la conservación
del estado, ya que es el origen de las leyes civiles,
base para su justa ordenación. Esta es la razón por
la que el escritor florentino retenga más importante en la
fundación de Roma la labor desarrollada por Numa
Pompilio que la del mismo Rómulo, por haber recurrido
a la religión «como cosa del todo necesaria para mante-
(25) Personaje de La vita di Castruccio Castracani, de N. Maquiavelo.
(26) Protagonistas de La Mandragola, comedia de N. Maquiavelo.
(27) En distintos pasajes de sus obras, Maquiavelo critica la labor del
fraile: en la carta a Ricardo Becchi, en el Decennale Primo, en el cap. VI
del Principe, en el cap. I de los Discorji...
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EL BASILISCO, número 10, mayo-octubre 1980, www.fgbueno.es
ner una ciudad» (28), de igual manera a como habían
actuado con anterioridad Licurgo y Solón. La religión
además es un instrumento de gobierno útilísimo en
manos del príncipe al garantizarle la obediencia del ejército
y la fidelidad de los subditos por medio del juramento-
pronunciado en nombre de la divinidad (29).
Desde un punto de vista humano, personal, el problema
moral o religioso «estuvo en el centro de toda la
vida mental de Maquiavelo tanto como el problema político
» (30). He aquí otra dualidad de su pensamiento:
dada la naturaleza egoísta y violenta del común de los
hombres el príncipe como «hombre público» debe dejar
de lado los principios tradicionales de la moral, sin
embargo estos son vigentes en el campo individual y privado:
«Diró solo questo, che io non intendo quella grande
essere gloriosa che ti fa romperé la fede data e i patti
dati: perché questa ancora che la ti acquisti qualche volta
Stato e Regno, como di sopra si discorse, la non ti
acquisterá mai gloria» (31); o bien cuando afirma que:
«Non si puó ancora chiamara virtú ammazzare é sua cittadini,
tradire gli amici, essere sanza fede, sanza pietá,
sanza religione; li quali modi possono fare acquistare imperio,
ma non gloria» (32). Principios morales que observó
durante toda su vida, según su propio testimonio
en la carta a Francisco Vettori de 1513: «E della fede
mia non si devorrebbe dubitare, perché, havendo sempre
obsérvate la fede, io non debbo imparare hora a romperla;
e chi é stato fedele e buono quarantatré anni, che io
ho, non debbe poter murare natura; e della fede e bontá
mia ne é testimonio la povertá mia» (33). Integridad de
espíritu y honestidad deben, pues, regir el comportamiento
del individuo en su vida privada, cuando no está
obligado a poner freno y límite a la malicia de la masa
humana.
(28) N. Maquiavelo, Discorsi..., Libro I, cap. XI.
(29) La utilización de la religión como un instrumento de gobierno
puede considerarse igualmente como un caso particular de la idea platónica
de la «mentira política», y el propio Platón resaltaba la importancia
de la utilización de ciertos mitos en la educación del ciudadano.
Pero de. quien toma directamente Maquiavelo estas ideas es de las Historias
de Polibio, para quien la religión es un engaño inventado para
mantener la fe en ios hombres (Historias, VI, 56), y la esperanza en la
ayuda divina la condición para que los hombres se enfrenten con
valor al peligro {Historias, X, 2). La imitación de Polibio por Maquiavelo
está generalmente admitida, y quien primero la advirtió fue el erudito
Frabricius (1668-1736) quien «Llamó la atención sobre un pasaje
del libro sexto de las Historias y lo comparó con el libro I, 2 de los
Discorsi de Maquiavelo» (Giuseppe Prezzolini; Maquiavelo, Ed. Pomaire,
Barcelona 1968, p. 94).
(30) L. Russo, Machiavelli, p. 228.
(31) «Diré sólo ésto, que no considero que sea grande y gloriosa la
[la virtud] que te obliga a romper la palabra dada y los pactos establecidos:
porque ésta si bien te ayude a veces a conseguir Estado o Reino,
como más arriba se trató, nunca te proporcionará gloria», Discorsi...,
Libro III, cap. XL.
(32) «No se puede siquiera llamar virtud el matar ciudadanos, traicionar
a los amigos, no mantener la palabra dada, no tener piedad, religión;
estos modos pueden conducir a lograr el poder, pero no la
gloria», 11 Principe, cap. VIII.
(33) «Y de mi fidelidad no se debería dudar, pues, habiendo siempre
observado fe, no debo aprender ahora a romperla; y quien ha sido fiel
y bueno cuarenta y tres años que yo tengo, no puede cambiar naturaleza;
y de mi fidelidad y bondad es testimonio mi pobreza», Lettera a
Francesco Vettori, N. Maquiavelo, 1513-
Fruto de esta constante preocupación moral y religiosa
es su profundo anticlericalismo. Este nace también
de una doble causa: una que se puede calificar de «religiosa
» y que derivaría de la tergiversación de la doctrina
cristiana, plasmada en una casuística moral errónea, y en
la corrupción de la jerarquía y del clero, y la otra tendría
su origen en razones políticas.
Maquiavelo manifiesta su enemiga a la religión que
sirve de enmascaramiento de la hipocresía y del engaño.
Su sátira en este sentido está centrada en Fray Timoteo,
personaje de la Mandragola, figura siniestra de fraile corrompido,
que reduce la religión y la piedad de los fíeles
a los actos externos del culto. Así mismo encarna las
formas de una moral de tipo personalístico que conocerá
su momento de esplendor después del Concilio de Trento
(1545-1563), en las teorías jesuítas sobre la doble moralidad,
razón de estado, etc..
Por otra parte, la corrupción de la Curia romana y
su creciente poder eran patentes desde hacía tiempo,
pero alcanzó uno de sus momentos cumbres con la subida
al solio de S. Pedro de Alejandro VI en 1492. El
mal ejemplo de la jerarquía eclesiástica ha provocado en
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EL BASILISCO, número 10, mayo-octubre 1980, www.fgbueno.es
el pueblo italiano la pérdida de toda fe y devoción (34),
sumiéndolo en una profunda crisis moral y de buenas
costumbres. Desde la perspectiva política la Iglesia es la
responsable de la fragmentación de la península italiana
pues «ha tenudo e tiene questa nostra provincia divisa: E
veramente alcuna provincia non fu mái unita o felice, se
la non viene tutta alia ubbidienza d'una república o d'un
principe, come é awenuto alia Francia e alia Spagna»
(35), y demuestra su tesis con dos ejemplos, uno de la
historia antigua y otro más reciente: la Iglesia llamó en
su ayuda a Carlomagno cuando los longobardos estaban a
punto de conseguir la unificación territorial; y en tiempos
no lejanos, cuando Maquiavelo desarrollaba una activa
vida política, Julio II formó la Liga de Cambrai (1508)
contra los Venecianos que fueron derrotados definitivamente
al año siguiente en Agnadello, aliándose a continuación
el Pontífice con la Serenísima República y con
los suizos contra Luis XII de Francia, al que obliga a retirarse
a Italia originando la caída del gobierno florentino,
fiel al rey francés, y el fin de la actividad pública de
nuestro autor; era el 1512.
Intimamente ligado a la «virtus» del individuo se
halla el tema de la fortuna hasta el punto de que en algunas
ocasiones parecen confluir o ser dos aspectos de
un mismo problema. Coinciden cuando él hombre busca
la propia «fortuna» con el ejercicio de sus cualidades; en
este sentido hombre «afortunado» y «virtuoso» son sinónimos.
Están en oposición antitética cuando la «virtus
», esencialmente individual, es aplicada en el campo
de la historia en la que al menos la mitad de los acontecimientos
escapan a la acción humana: «perché il nostro
libero arbitrio non sia spento, indico potere essere vero
che la fortuna sia arbitra della meta delle azioni nostre,
ma che etiam lei ne lasci governare l'altra meta, o presso,
a noi» (36). De esta forma Maquiavelo salvaguardaba el
libre albedrío que debe ser entendido como la capacidad
del hombre de intervenir en el entramado de la historia
y de modificar su curso.
Hipotéticamente el ser humano podría doblegar y
conducir la fortuna eñ provecho propio en las distintas
alternativas del devenir histórico, si estuviese dotado de
la capacidad de adecuar su conducta a ellas. El éxito o el
fracaso de sus empresas dependería no tanto del hecho
de estar adornado de «virtudes», sino en la puesta en
práctica de una u otras según las circunstancias. En ese
momento el político florentino estaba teorizando en abstracto.
Pero a renglón seguido su pensamiento contrasta
con la realidad y verifica que esta es muy distinta: «Né si
trouva uomo si prudente, che si sappi accomodare a
questo; sí perché non si puó deviare da quello a che la
natura lo inclina; sí etiam perché, avendo sempre uno
prosperato camminando per una via, non si puó persuadere
partirsi da qüella» (37). Maquiavelo es consecuente
con su concepto naturalístico del hombre, prisionero
siempre en la repeticióti de las misma acciones, incapaz
de actuar de una forma imprevisible. De este intrínseco
límite humano nace el dominio de la fortuna «la quale
dimostra la sua potenzia dove non é ordinata virtü a resisterle
» (38), afirmación que parece invertir el significado
de las anteriores, pues en aquéllas era la fortuna el
principio dominante y la virtud la que debía operar en el
campo dejado libre por ella; ahora es la fortuna la que
parece depender de la virtud, mejor dicho, de la falta de
virtud, para manifestar su potencia. Cuando ello sucede
prevalece su «extrema perversidad». La fortuna recobra
de nuevo su aspecto mítico de potencia que tiene en
sus manos la mitad de las causas de los acontecimientos.
En pleno Renacimiento, época de positivas certezas y
confianza en las posibilidades de actuación humanas, el
pensamiento de Maquiavelo es un reflejo de la crisis del
concepto de «hombre». Humanistas como Marsilio Ficino.
Pico della Mirándola, León B. Alberti, T. Campanella
entre otros, habían abordado el tema de la fortuna
para poner de relieve el valor de la acción del individuo
y, como consecuencia, la importancia de la libertad. Al
no admitir el secretario florentino la completa autonomía
del individuo en relación a un poder externo, como es la
fortuna, ¿significaba ello la negación de la libertad como
facultad esencial del ser humano?.
Dos actitudes fundamentales se distinguen, según se
trate este tema como persona o como artista-científico
de la política. En el primer supuesto Maquiavelo es un
apasionado defensor de la libertad como condición indispensable
del operar humano, no tanto como individuo
cuanto como colectividad, o sea, como ciudad o reino
(39)- Una comunidad que haya perdido su libertad estando
acostumbrada a vivir en ella no olvidará nunca su
nombre y sus beneficios, .siempre la estará anhelando y
aprovechará cualquier oportunidad para recuperarla.
Como teórico de la política adopta una doble perspectiva
de acuerdo con cualquiera de las dos formas de estado,
absoluto o republicano, que sea objeto de su estudio. En
un caso aconsejará al príncipe absoluto la aniquilación de
todo vestigio de libertad en los territorios conquistados
como medio para conservar su poder (40), a fin de evitar
todo riesgo de sublevación. Por el contrario, teorizando
sobre las repúblicas su actitud es diametralmente opuesta,
lo cual no implica contradicción: ahora el fin es diverso
por lo que los medios también tienen que serlo.
Gobierno republicano significa vivir en armonía con unas
leyes respetadas por todos, donde sí tiene cabida y justificación
la libertad de cada ciudadano. No es una libertad
de origen religioso, que nazca en lo más íntimo del
ser humano y, por tanto, ajena a una legislación externa,
sino que es de tipo transcendente, cuyo fin es una feli-
(34) N. Maquiavelo, Discorsi..., Libro I, cap. XII.
(35) «Ha tenido y tiene esta provincia dividida. Y en verdad ninguna
región nunca fue unida y feliz, si no está reducida a la obediencia de
una república o de un príncipe, como ha sucedido en Francia o en España
», Discorsi..., Libro I, cap. XII.
(36) «a fin de que nuestro libre albedrío no sea negado, juzgo que
pueda ser verdad que la fortuna sea dueña de la mitad de nuestras
acciones, pero que también ella nos deje gobernar la mitad, o casi», //
Principe, cap. XXV.
(37) Ni se encuentra hombre tan prudente que se sepa adaptar a esto;
ya sea porque no se puede desviar de aquello a lo que la naturaleza lo
inclina; ya sea porque habiendo siempre prosperado andando por un
camino no puede persuadirse de abandonarlo», // Principe, cap. XXV.
(38) «la cual demuestra su potencia allí donde no hay virtud ordenada
a oponerle resistencia», Il Principe, cap. XXV.
(39) N. Maquiavelo, El Príncipe, cap. V; Discorsi..., Libro II, cap. 2.
(40) N. Maquiavelo, El Príncipe, cap. V. .
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cidad material y su límite, como su fuente, se encuentran
fuera del hombre (41). Sus frutos son asimismo de índole
económica, no moral: en suma, es una concepción hedonística,
no ética, de la libertad, de modo que la autoridad
del estado es algo que viene impuesto al hombre
desde fuera, no que brote en su interior.
Por no haber llegado a un concepto inmanente de
libertad, como conciencia moral, no se le presentó a
Maquiavelo. el problema de la unidad nacional, de la
patria italiana que, por otra parte, es un concepto nacido
en el siglo pasado a raíz de la invasión y dominio napoleónicos
(1796-1815). Para el secretario florentino, al
igual que para sus contemporáneos, la palabra «nación»
se utilizaba con un ámbito de aplicación localista, referida
a lo concerniente a una determinada ciudad, sin llegar
a tener ni siquiera un carácter regionalista. Para él no
existía una comunidad de tradición, ideales y sentimientos
entre las distintas ciudades de una región y mucho
menos entre las distintas regiones italianas, del mismo
modo que no se podía hablar de unidad lingüística. En
su «Discorso owero dialogo in cui si esamina se la lingua
in cui scrissero Dante, il Boccaccio e il Petrarca si
debba chiamara italiana o florentina», con el que interviene
en la disputa sobre la lengua, defiende su florentinidad
contra los que califica de «meno inonesti» que la
definen toscana, y sobre todo contra los que acusa de
«inonestissimi» que la llaman italiana, lo que es indicativo
del carácter restringido del ámbito del uso lingüístico
y, por ende, del de patria. Resultan, pues, inconsistentes
las interpretaciones de algunos pensadores del
movimiento «Risorgimentale», entre ellos Francesco de
Sanctis, que lo consideraron como precusor del mismo y
de la posterior independencia y unificación de la península.
Como el concepto de libertad el de nación, que surge
de él, es también extrínseco, formal, de contenido, y
limitado a la ciudad de Florencia.
Su concepción del Estado tampoco es inmanente,
como principio cívico que brote de la conciencia de los
miembros de una comunidad y los conduzca a adoptar
una forma de gobierno con la que se sientan identificados,
sino que ésta viene impuesta desde fuera como una
malla que los envuelve y mantiene unidos artificialmente,
-puesto que no puede existir una identificación de
voluntades ni entre sí y mucho menos con respecto al
poder establecido. El individuo se disuelve en la masa
humana que es guiada por una potente personalidad que
detenta la autoridad. Esta no le ha sido conferida por
Dios —por medio del Papa—, sino que ha debido
conquistarla gracias a su «virtud» favorecida por la buena
fortuna. En esta transcendencia humana del estado reside
la principal innovación de Nicolás Maquiavelo en relación
al pensamiento medieval, que hacía derivar toda
autoridad de Dios. El hombre comienza a ser el protagonista
de su propio destino, si bien todavía quede un
largo trecho por recorrer hasta llegar a la conciencia de
inmanencia del poder en todos y cada uno de los individuos
de una colectividad, base para la fundación de un
estado del que todos formen parte, no solamente uno o
una restingida élite. El escritor florentino, que sustituyó
la trascendencia divina con la humana, no podía por razones
histórico-culturales formular los postulados de un
estado inmanente en el que todos se sintiesen partícipes
del poder. En una sociedad altamente clasista, diferenciada
por privilegios, el pueblo no contaba. El mismo
Maquiavelo lo define en alguna ocasión «vulgo». No
obstante, al hacer depender del Hombre la formación y
la supervivencia del estado establece unos principios regidores
que constituirán el fundamento de la llamada
«razón de estado» (42). El primero de los cuales es su
autonomía e independencia como condición sine qua
(41) N. Maquiavelo, Discorsi..., Libro 11, cap. 2.
EL BASILISCO
(42) F. Meinecke, L'idea della ragion di Stato nella storia moderna, obra
publicada en Monaco en 1924.
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non para alcanzar sus fines. Dicha autonomía se logra
con leyes justas y con la formación de un ejército ciudadano,
a fin de no depender de las armas mercenarias
cuya fidelidad está en el sueldo y en el botín que puedan
conseguir (43). Otro factor esencial para la conservación
del estado es la supeditación a sus intereses de la
religión como instrumento de obediencia y unión.
En el cotejo de las dos obras de teoría política, el
Príncipe y los Discorsi, algunos críticos pretendieron ver
una intrínseca contradicción en cuanto la primera trataba
del principado absolutista y la segunda de las repúblicas
libres. Pero en realidad no existe contradicción entre
estas dos distintas formas de estado, ya que ambas se
presentan en el pensamiento maquiaveliano como dos fases
sucesivas del devenir político, la segunda de las cuales
significa la superación de la primera. El principado es
el momento de la formación, la república el de la consolidación.
Uno depende de la virtud de un individuo, la
otra de las justas disposiciones vigentes en una colectividad
que permiten la acción política de sus miembros.
En el primero sólo cuenta la voluntad del príncipe, en la
segunda la de todos los ciudadanos; en un caso sólo existen
siervos, en el otro hombres libres. El principado
como forma de gobierno es provisional pues, al personalizarse
en un príncipe «virtuoso», dura lo que la vida
de éste; la república que se identifica con una comunidad
que continuamente se está renovando es perenne porque
las leyes justas lo son y porque es la forma de estado
más adecuada para acomodarse a la diversidad de los
tiempos, dada la diversidad de los ciudadanos que la integran
(44). En suma, como L. Russo (45) afirma en el
Príncipe el secretario florentino teoriza sobre el
Estado-obra de arte, y en los Discorsi sobre el Estadocivilización.
Los principios políticos maquiavelianos emanan de la
conjunción de las enseñanzas que se desprenden de los
hechos históricos y del análisis de las condiciones reales
del presente. La formulación de las leyes políticas, como
principios regidores de la colectividad, es posible gracias
al carácter cíclico de la historia pues el hombre, su protagonista,
está abocado a repetir su comportamiento y a
cometer los mismos errores. La historia ya no es Teofanía,
manifestación del divino, como en la Edad Media,
que permitía al ser humano regir su curso con ayuda de
la Providencia divina. En el Renacimiento el protagonista
de la historia es el hombre, por lo que está caracterizada
por sus mismos límites.
Una nota peculiar distingue los escritos de carácter
histórico de Nicolás Maquiavelo: la supeditación de los
hechos relatados a las propias convicciones políticas, a las
normativas recogidas en el Príncipe o en los Discorsi, hasta
el punto que las Istorie Piorentine vienen a ser como
un conjunto de ejemplos de la historia de su ciudad que
confirman la doctrina política de sus obras mayores. Este
es el gran valor de los hechos del pasado en la elaboración
de la teoría política, ya que «a la lección del pa-
(43) La idea de la formación de una «milicia nacional» y la desconfianza
en las tropas mercenarias proviene, también, de Polibio, que atribuía
la victoria de Roma y el fracaso de Cartago a que ésta utilizaba mercenarios
mientras Roma no {Historias, VI, 52).
(AA) N. Maquiavelo, Discorsi, Libro I, cap. XI; Libro III, cap. IX.
(45) L. Russo, Machimielli, ob. cit. p. 58.
60 —
sado» se une la «razón efectiva del presente», como ya
había dicho en la carta al Vettori cuando, narrando como
se desarrollaba su jornada, escribe que durante el día
«parlo con quelli che passano, domando delle nuove dei
paesi loro, intendo varié cose, et noto vari gusti et diverse
fantasie d'uomini» {Ad), mientras que las horas
nocturnas las dedica a la lectura de los grandes escritores
clásicos. Este es, pues, su método de investigación:
observación del presente y estudio del pasado del que
extrae enseñanzas y confirmación de sus ideas. Y el resultado
es la elaboración de la política como ciencia. La
característica esencial de ésta es la concreción, el ser
efectiva en el presente, no el «deber ser», pues todo gobernante
que no acomode su comportamiento a la variación
de las circunstancias con el paso del tiempo está
destinado al fracaso: «colui che lascia quello che si fa per
quello che si doverrebbe fare impara piuttosto la ruina
che la perservazione sua» (47). De esta necesidad de
concreción nace el postulado de la observación, básico
en la formulación de la teoría política, que aparece como
la superación de la historia en cuanto que tiene presente
su experiencia, de la que deduce sus leyes de actuación
en el momento presente al mismo tiempo que se proyecta
hacia el futuro. Y ello independientemente del modelo
de gobierno sobre el que se aplique, pudiendo oscilar
desde un régimen absolutista, tiránico, a otro libre,
republicano. Uno y otro constituyen la forma política,
mientras que su contenido es la técnica adoptada en cada
caso para su desarrollo.
A lo largo de este análisis del pensamiento de Nicolás
Maquiavelo se ha podido constatar que éste discurre
por dicotomías: un concepto que se opone a su contrario,
cada uno de los cuales a su vez se subdivide en otros
dos asimismo contrapuestos. Este procedimiento se corresponde
en el plano de la expresión por el uso de un
tono dilemático en el que predominan las disyuntivas,
como ya se ha indicado respecto a la carta al Vettori y a
sus obras mayores, pero que era ya manifiesto desde sus
primeros escritos como su «Discorso fatto al Magistrato
dei Dieci sopra le cose di Pisa», de 1499, fruto de su
primera misión diplomática.
Esta manera de presentación y discusión por antítesis
de un argumento dado es característico de la cultura
florentina, cuyo punto de arranque es el Batisterio (siglo
XI-XII) donde la idea del espacio está sometida a la de
proporción, con una división racional, lógica, numérica
del espacio: formas cuadradas divididas en dos que a su
vez se subdividen y contraponen en una combinación de
mármoles blancos y verdes. A través de Dante, Giotto...
esta cultura científica, matemática, en la que todo debe
ser demostrado, fructifica en el arte de Brunelleschi y en
, ia medida milimétrica del espacio, donde el ojo del
hombre debe ver todo. Maquiavelo que respiró durante
toda su vida el aire cultural de su ciudad lo asimiló y
aplicó al terreno político, y su pensamiento puede ser
definido como antinómico, resultado de una mente geometrizada
del dos.
(46) «hablo con los que pasan, pregunto noticias de sus pueblos; entiendo
diversas cosas, y conozco varios gustos y diversas fantasías de
los hombres», hettera al Vettori.
(Al) «aquel que deja lo que se tiene que hacer por lo que debería hacer,
prepara primero su ruina que su salvación», El Príncipe, cap. XV.
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